La masividad del paro nacional de este jueves 6 debe ser especialmente valorada por dos razones. En primer lugar, porque debió enfrentar a un gobierno que desató una fuerte campaña rompehuelgas, de cara a la escalada de luchas que se vienen registrando desde la ocupación de AGR-Clarín hasta hoy. En pocas semanas, el gobierno Cambiemos retiró la personería gremial del sindicato del Subte y amenazó con lo propio a los docentes, en el afán de imponer una paritaria del 18% y en cuotas. También anunció “voluntarios” para reemplazar a los maestros en huelga, mientras desataba una furiosa campaña mediática para culpar a la docencia de un derrumbe de la educación pública que han perpetrado todos los gobiernos de las últimas décadas, en aras de su privatización. La concentración del 1A, propalada por redes sociales mucho más costosas que los micros que rentan las organizaciones populares para sus marchas, tuvo como eje el ataque a la huelga docente y, en general, a la protesta social contra el gobierno.
A pesar de esta virulenta campaña del gobierno, todo un sector de la clase media acompañó el paro.
A esta escalada oficial se sumó el vaciamiento del paro, en términos de acción y de programa, por parte de sus propios convocantes. El triunvirato cegetista, que había sido abucheado en Plaza de Mayo por su negativa al paro nacional, terminó convocando a desgano una jornada dominguera, sin programa definido ni perspectiva de continuidad. Para subrayar este trabajo de erosión del paro, se encargaron de convocarlo a un mes vista, librando a su suerte a las huelgas docentes, a la ocupación de AGR y otras luchas. En esa línea, una fracción de la burocracia fue todavía más lejos y cerró paritarias a la baja en vísperas del paro, como ocurrió en Comercio y UPCN Buenos Aires. El mapa del carnereaje explícito al paro tuvo en la primera fila a Armando Cavalieri, con supermercados abiertos, a los gastronómicos de la Ciudad de Buenos Aires, a los petroleros de Neuquén y a Uatre, del macrista Venegas.
Activo y con piquetes
A despecho de esta orientación liquidadora, y bajo la presión de las luchas en curso -en primer lugar la de los docentes-, se abrió paso una tendencia a imprimirle un carácter activo a la jornada del 6. En Córdoba, en Tucumán, en Mendoza y otras capitales tuvieron lugar actos, marchas y piquetes, en algún caso con la participación de las centrales obreras. Los piquetes de los municipales jujeños se extendieron a los grandes centros industriales del interior provincial; del mismo modo, el movimiento obrero combativo de Río Negro y Neuquén confluyó en una marcha masiva sobre el puente que une a ambas provincias. En Tucumán, activistas opositores a Venegas cortaron la ruta 38 para asegurar el paro entre los trabajadores rurales. En Santa Fe, los piquetes de la CGT San Lorenzo y de los suspendidos de General Motors juegan su papel en el paro. Los piquetes que realizó la izquierda y el sindicalismo clasista en Buenos Aires, y el acto posterior que se concretó en el Obelisco, se inscriben en esa tendencia.
Así, los piquetes jugaron un doble papel. En muchos lugares aseguraron la concreción de un paro desafiado por los ataques oficiales y el carnereaje -abierto o velado- de la propia burocracia. En todos los casos, los actos y cortes expresaron la lucha por hacer del paro el peldaño de una acción mayor, en oposición a una burocracia que concibió al 6 como el canto del cisne de las luchas en curso. Fue por eso que el gobierno y sus comunicadores descerrajaron un ataque furibundo contra los piquetes y sus organizadores. Los mismos que dejaron sin trabajo a 50.000 obreros industriales en 2016 se acordaron del “derecho a trabajar”… el día del paro, sólo para oponerlo al derecho de huelga. Pero allí donde el 40% de los trabajadores está precarizado y sólo el 20% cuenta con organización gremial, el derecho de huelga es sólo un papel si se concibe como el ejercicio de un trabajador aislado. La extorsión de los monopolios capitalistas y su Estado contra el trabajador sólo puede quebrarse con la acción colectiva de los trabajadores: el piquete, por eso, es inseparable de la huelga.
Programa flexibilizador
En la conferencia de prensa donde balancearon la jornada, los dirigentes cegetistas reclamaron un cambio en la “política industrial”. Es decir que salieron del paro con el pliego de reclamos de la patronal que le reclama correcciones al gabinete macrista. La orientación de estos cambios fue anticipada por el propio gobierno, en los acuerdos firmados con la industria textil y del calzado. Estos acuerdos contemplan “una fuerte reducción de las contribuciones patronales” (El Cronista, 5/4), en la línea de las leyes “Pyme” que ya fueron aprobadas en el Congreso durante el año pasado. Es la reducción del “costo laboral” que conducirá a un mayor vaciamiento de los fondos previsionales. El massista De Mendiguren apoyó calurosamente la iniciativa, en nombre de la lucha contra “la competencia china” (ídem). La burguesía industrial se sirve de las importaciones -en muchos casos un filón que ellas mismas explotan- para extorsionar a los trabajadores a que renuncien a sus conquistas laborales y salariales. Es la línea estratégica que condujo a los pactos flexibilizadores en Vaca Muerta y al más reciente acuerdo automotriz. En nombre de los “puestos de trabajo” -que continúan en caída-, la burocracia prepara la entrega de conquistas históricas y, naturalmente, de las paritarias 2017. Ello explica la falta de horizonte, en términos de lucha, de la jornada del 6.
Desenmascarados
Como ha venido ocurriendo con las grandes movilizaciones y huelgas que tuvieron lugar en marzo, la oposición de los Massa, los pejotistas y el kirchnerismo ha optado por el perfil bajo, el silencio o la hostilidad manifiesta en relación al paro y, en particular, hacia sus expresiones más activas. Esta borrada es particularmente manifiesta en el caso del kirchnerismo. Pero esto no debe sorprender: mientras se preparaban las marchas y piquetes del 6, los docentes y estatales de Santa Cruz preparaban un piquetazo contra Alicia Kirchner, la jefa del Estado que ha decretado la miseria social generalizada para salvar a las camarillas capitalistas que vaciaron durante dos décadas el presupuesto público.
La oleada de huelgas y manifestaciones populares de las últimas semanas ha sacudido la estantería de la política oficial y de sus opositores, que esperaban organizar sin contratiempos el próximo turno electoral. La burocracia sindical, en esa línea, convocó al paro del 6 como “desahogo” (sic) y cierre de una etapa de luchas. Pero, a pesar de todos ellos, las luchas docentes y estatales, la marcha de la crisis industrial y las paritarias en puerta, en un marco sostenido de tarifazos y carestía, auguran nuevas luchas. La campaña electoral no podrá prescindir de esta transición convulsiva.
En la jornada activa del 6, los voceros políticos y sindicales del PO y de la Coordinadora Sindical Clasista hemos estado al frente de los piquetes, cortes y actos en todo el país, y actuamos defendiendo la huelga frente a los más recalcitrantes comunicadores del gobierno. No se trata de un hecho circunstancial: la lucha por una alternativa política de los trabajadores sólo puede progresar en directa conexión con las batallas de la clase obrera contra el ajuste y en defensa de sus conquistas históricas, como la que se está librando en Santa Cruz. Este es el método que hemos propuesto al FIT y a los luchadores populares: un congreso del movimiento obrero y la izquierda, para desarrollar el frente único de la clase obrera y sus organizaciones en todos los planos, y también en el electoral. En la salida del paro, una tarea central de ese frente común debe pasar por organizar la deliberación y el pronunciamiento, en todos los sindicatos, por un paro activo nacional de 36 horas y un plan de lucha hasta quebrar el ajuste.
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