IMPRESORES
La derrota de la Naranja en las elecciones de Impresores,
luego de la inmensa lucha librada en el primer semestre del año pasado,
significa un golpe para el activismo gráfico y para la agrupación.
La interna conquistada un año atrás enfrentó la pesada tarea
de reorganizar el taller en un marco de despidos constantes -hubo más de cincuenta
sólo en 2012-, violaciones al convenio colectivo y salarios bajos (un modelo de
“desarrollo K” que se repite en otras grandes gráficas como Maggio y Modernas).
La patronal redobló su línea antisindical: clausuró toda
negociación y limitó la movilidad de los delegados mediante brutales -e
ilegales- descuentos por tareas gremiales. El principal desafío consistió en
superar la atomización del taller y preparar la lucha por la estabilidad y el
salario, bajo las provocaciones de la patronal. El choque -inevitable- se
precipitó cuando la empresa despidió a uno de los compañeros más cercanos a la
interna.
La lucha de Impresores -la más importante en el gremio de la
zona norte desde la ocupación de Atlántida- desplegó todas las variantes de
combate de la clase: huelga general, piquetes, movilizaciones, acampes, bloqueo
parcial al parque industrial, el corte de Panamericana y choques con la
Policía.
Enfrentó a una patronal poderosa (ligada a la Iglesia) que
contó con el apoyo de la Justicia, de las fuerzas represivas y, sobre todo, del
Ministerio de Trabajo. El sindicato rechazó cualquier acción de solidaridad
difundiendo la versión patronal que imputó la responsabilidad a un grupo de
“intransigentes”. En otra escala, los mismos actores y argumentos que se
esgrimieron contra la huelga educativa.
Sin haber logrado la reincorporación, el salto -organizativo
y subjetivo- de un sector grande del taller era la base para retomar la
iniciativa; sin embargo, fue la patronal la que gradualmente avanzó,
manteniendo la presión sobre el activismo y sobre la (exhausta) comisión
interna.
La comprensible tensión que persistió entre quienes se
ubicaron de uno y otro lado de la huelga fue un obstáculo enorme para una
política de unidad que permitiera ir superando, a partir de los reclamos
generales del taller, esa escisión. Por último, una cantidad de retiros
voluntarios debilitó al ala más combativa del taller.
El freno a los despidos permanentes y a los malos tratos por parte de jefes y
supervisores, además de categorías y otras reivindicaciones menores, son el
resultado palpable de la gestión saliente. La derrota electoral no implica un
desconocimiento de lo conquistado; la campaña de la nueva interna, referenciada
en la Verde, se limitó a explotar la expectativa de que un cambio de conducción
permitirá “normalizar” las relaciones con la empresa.
Por último, hay destacar al numerosísimo y fantástico
activismo que emergió con la lucha. Y eso incluye, en primer término a los
delegados que, pese a los tremendos golpes que les asestó la empresa, jamás
capitularon ni se entregaron.
La derrota en Impresores -como la de Kromberg en el mismo
parque industrial de Pilar- se da en el contexto de un ascenso del clasismo y
de la izquierda revolucionaria. Apoyados en esta tendencia y en las correctas
conclusiones de toda la experiencia recorrida los gráficos de Impresores
retomarán el rumbo combativo.
Miguel Bravetti
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